Texto y fotos: Marco Antonio Flores Peca,
presidente de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP)
La festividad de Todos los Santos que se celebra en Potosí es el resultado de la pervivencia del culto a los muertos que se ejecutaba en tiempos previos a la llegada de los españoles.
Según Pedro Vicente Cañete, en 1787, llegada la celebración de Todos los Santos, los indios mitayos, yanaconas y criollos se congregaban en la iglesia de la misericordia, los hospitales y cementerios, para desenterrar los cuerpos de personas que habían perecido el año anterior. Los restos de estas personas eran trasladados a otros lugares para rendirles culto con grandes fiestas y borracheras.
Si bien en un principio existe una ferviente oposición por parte de la religión católica y de la población no indígena, con el transcurrir del tiempo estas celebraciones fueron aceptadas por el grueso de la población potosina. Españoles, indígenas, criollos y mestizos formaban parte de esta tan singular celebración que hoy en día tiene las siguientes características:
31 de Octubre.- Se arma las tumbas poniendo en un altar la imagen del ser querido, rodeado con los platos de comida, frutas y bebida que el difunto en vida más gustaba. Se colocan las T’anta wawas (panes en forma de personas), que son de cierta forma un sustituto a los antiguos cuerpos momificados de los difuntos, y cumplen la función de servir de cuerpo físico a las almas que visitan a los vivos.
1 de Noviembre.- Se cree que las almas de los difuntos retornan a sus hogares para compartir con los vivos. A partir del mediodía, la gente visita las tumbas de la gente conocida y no conocida. Al ingresar a la tumba, ofrece sus plegarias, oraciones y condolencias al alma del finado. En retribución, los dolientes ofrecen a los visitantes un platillo con masitas (fruta seca) y una variedad de bebidas entre las que destacan el vino, la chicha con panala (pan de azúcar) y los cocteles de singani.
2 de noviembre.- los más allegados a la familia se reúnen para desarmar la tumba. Los objetos que estuvieron a disposición de la mesa del difunto son repartidos entre los presentes a cambio de sus oraciones. En este día se nombra los padrinos de T'anta Wawa que llegarán a ser compadres de los dolientes. Se degusta platos típicos como Achacana, Mondongo, platos a base de quinua, etc.
3 de Noviembre.- Se denominad Alma Kacharpaya (despedida del alma). Desde tempranas horas, la gente se reúne en la casa de la familia doliente donde hay juegos tradicionales como Sapo, la Toq’ola y la Taba pues se considera que el alma del difunto debe de retornar con Dios pero debe irse contento.
Halloween y Todos los Santos
Halloween es una celebración celta en la que se creía que los espíritus de los muertos caminaban entre los vivos. Se realizaba una serie de fiestas y ritos y sagrados; sin embargo, esta celebración fue prohibida por la religión católica perdiendo toda su esencia. Actualmente ha quedado reducida a una celebración mercantilista de disfraces carnavalescos, muy distinta de la conmemoración de Todos los Santos que se celebra en Potosí.
La muerte en el mundo andino
Para las culturas del mundo andino, la muerte no implica una pérdida definitiva o un fin absoluto sino, más bien, la transición de un espacio terrenal a un espacio superior en el que las energías vitales de los difuntos (ajayus) se funden con la naturaleza y el cosmos para seguir manteniendo una relación recíproca con los vivos, razón por la cual la muerte no es vista con tristeza sino más bien con alegría.
El ceremonial precedente a la muerte refleja la importancia que adquieren los difuntos en la vida social de las comunidades andinas pues los muertos, una vez convertidos en chullpas (momias), aún siguen siendo parte de la comunidad.
Para los habitantes de los andes, el “ajayu” (equivalente del alma) no podría permanecer estático en un solo lugar por toda la eternidad, como el cielo o el infierno del mundo católico. Según la visión andina, los “ajayus” ingresan en la tierra para realizar una peregrinación viajando por los ríos subterráneos ascendiendo a las montañas, llegando a los ojos de agua y al mar para luego retornar a sus comunidades donde los nutren con ofrendas y alimentos.
Según Antonio Paredes, con el paso del tiempo las “chullpas o mallkis” (cuerpos momificados de los difuntos), se deterioraban hasta quedar convertidos en polvo. Entonces, los indígenas terminaban adorando a la montaña en la que se encontraban las cámaras funerarias considerando que las chullpas se habían hecho uno con la montaña. Además, que los cuerpos momificados de los difuntos eran también considerados como wak’as o entes sagrados, siendo objeto de una gran cantidad de ceremonias rituales en fechas especiales.
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