No. No es que Cristóbal Colón haya sido un mentiroso. Lo que ocurre, visto desde la distancia de los siglos, es que en torno suyo florecieron las dudas y las mentiras.
La gran mentira en torno al almirante es el descubrimiento de América. Tal como se lo plantea, parecería que él fue el primero en llegar a nuestro continente y eso no es cierto. Hoy en día existen suficientes evidencias de que otros llegaron antes que él.
Las dudas giran sobre él mismo. Aunque la versión más difundida es que era genovés, la verdad es que no existe precisión del lugar en el que nació, ni la fecha. Algo similar pasa con su cadáver: dos ciudades aseguran custodiar sus restos, y ambas tienen argumentos que refuerzan su posición.
Otra de las versiones cuestionadas es que Colón buscaba una ruta alternativa a la India y se topó accidentalmente con el Nuevo Mundo. Hoy se discute sobre si el navegante sabía o no de la existencia de este continente.
Finalmente está el detalle de su apellido. Aunque tampoco hay seguridad plena de cómo se escribía y pronunciaba originalmente, pues pudo ser Columbus, se vincula “Colón” con “colonizar” y eso ha dado pie a teorías políticas que hoy están en boga. Lo cierto es que “colonizar” no tiene nada que ver con Colón.
LOS PRIMEROS
Para 1992, cuando se conmemoraba el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América, los historiadores ya habían acordado que aquello no fue ningún descubrimiento pues había referencias de la llegada previa de otros europeos, como Erick el Rojo y su hijo Leif.
El caso más conocido de los precursores de Colón es el de Eirík Thorvaldsson, llamado Erik el Rojo, probablemente por el color de su cabello, quien habría colonizado Groenlandia, una gran isla ubicada en la zona nororiental de América del Norte, entre el océano Atlántico y el océano Glacial Ártico, que actualmente es una región autónoma perteneciente al Reino de Dinamarca. Su historia figura en la “Saga de Eirík el Rojo”, una de las muchas “Sagas islandesas” que son obras fundamentalmente literarias pero constituyen la principal fuente para los estudios de la colonización vikinga en América. La presentación de la edición digital de esa obra señala que “es una de las sagas islandesas del siglo XIII, de autor anónimo, en la que se narra el viaje de unos vikingos, entre ellos Eirík el Rojo, que parten desde Islandia y descubren Groenlandia y la colonizan. Más tarde viajarán hasta Vinlandia, lo que demostraría que los vikingos llegaron a América en el año 1000, unos cinco siglos antes que Cristóbal Colón”.
Su hijo, Leif Erikson, es quien, según la saga, se habría establecido en Vinlandia a la que le dio el nombre por su abundancia en vinos. Sin embargo, la misma saga hace referencia a un navegante anterior que habría llegado a estas tierras, Gunnbjörn Ulfsson, que habría avistado Groenlandia entre los años 876 a 932. No obstante, no llegó a desembarcar en ellas pero quien sí lo hizo fue Snaebjörn Galti quien partió en 978 hacia Groenlandia con la intención de establecerse allí. Las sagas refieren que fue asesinado. La siguiente expedición fue la de Eirík el Rojo, en 982. Las dos expediciones partieron a sabiendas del lugar que buscaban. La saga de Eirík dice que, antes de partir, “les dijo que pensaba buscar la tierra que vio Gunnbjörn, hijo de Úlf el cuervo, cuando fue arrastrado por el viento hacia poniente y encontró Escollos de Gunnbjörn”.
Pero estos datos no son nuevos. Ya en 1851, Mariano Eduardo de Rivero y Juan Diego de Tschudi publicaron en sus “Antigüedades peruanas” que “hace doce años que el secretario de la Sociedad de anticuarios de Copenhágue, Don Carlos Christian Rafa, describió, según manuscritos escandinavos publicados en las antiquitates americanae, los primeros viages que hicieron á la América los Escandinavos en los siglos décimo y undécimo que consignó probablemente en el siglo duodécimo el sabio obispo Thorlak Runolfson, autor del mas antiguo derecho eclesiástico de Islandia, y biznieto de Thorfinn Karlsefne, que acaudillaba una de las más considerables expediciones dirigidas al hemisferio occidental”.
AMÉRICA
La llegada de Cristóbal Colón a América es el caso más conocido de leyendas que se convierten en historia. Aún ahora, con todo lo que revelan las crónicas y documentos, no existe seguridad ni siquiera sobre la fecha en que llegó al continente. López de Gómara, por ejemplo, escribió que “partió de allí (el puerto de Palos) el viernes 3 de agosto; pasó por la Gomera, una isla de las Canarias, donde tomó refresco. Desde allí, siguió la derrota que tenía por memoria, y a cabo de muchos días topó tanta yerba, que parecía prado, y que le puso gran temor, aunque no fue de peligro; y dicen que se volviera, sino por unos celajes que vio muy lejos, teniéndolos por certísima señal de haber tierra cerca de allí. Prosiguió su camino, y luego vio lumbre un marinero de Lepe y un Salcedo. A otro día siguiente, que fue 11 de octubre del año de 1492, dijo Rodrigo de Triana: ‘Tierra, tierra’, a cuya tan dulce palabra acudieron todos a ver si decía verdad; y como la vieron, comenzaron el Te Deum laudamus, hincados de rodillas y llorando de placer”.
Cristóbal Colón es un personaje histórico que tuvo mala suerte. López de Gómara afirmó que era “natural de Cugureo, o como algunos quieren, de Nervi, aldea de Génova, ciudad de Italia muy nombrada. Descendía, a lo que algunos dicen, de los Pelestreles de Placencia de Lombardía. Comenzó de pequeño a ser marinero, oficio que usan mucho los de la ribera de Génova; y así anduvo muchos años en Suria y en otras partes de levante. Después fue maestro de hacer cartas de navegar, por do le nació el bien”. La versión oficial dice que partió del Puerto de Palos sin saber exactamente lo que buscaba, encontró nuestro continente pero este se llamó América en homenaje a Américo Vespucio. El padre Bernabé Cobo Escribió que “el cuarto y último nombre desta tierra es el de América, el cual le puso para eternizar su nombre un piloto de los que navegaron a ella en aquellos primeros años de su descubrimiento, llamado Américo Vespucio, florentino de nación, queriendo atribuirse a sí la gloria de haber sido el primero que halló la tierra firme destas Indias. Mas, puesto caso que cuando él costeó parte de la tierra firme el año de 1499, ya el año antes la había descubierto y costeado gran parte della el almirante don Cristóbal Colón”.
Versiones como esa mueven a pensar que, al momento de morir, Colón ya sabía que las tierras que descubrió no eran las Indias Orientales sino un nuevo continente. Una versión poco difundida cuenta, por ejemplo, que una carabela se perdió en los mares y llegó a las tierras que después serían conocidas como las Indias. Apenas tres o cuatro de sus ocupantes retornaron a Europa pero todos, menos uno, murieron en el puerto. El sobreviviente, a quien solo se conoce como “el piloto”, habría sido atendido en la casa de Colón. “Solamente concuerdan todos en que falleció aquel piloto en casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escrituras de la carabela y la relación de todo aquel largo viaje, con la marca y altura de las tierras nuevamente vistas y halladas”, recordó López de Gómara.
Si la versión del piloto no fuese cierta, son muchas las que, como la del referido cronista, apuntan a señalar que Colón sí sabía lo que buscaba: “Quieren también otros, porque todo lo digamos, que Cristóbal Colón fuese buen latino y cosmógrafo, y que se movió a buscar la tierra de los antípodas, y la rica Cipango de Marco Polo, por haber leído a Platón en el Timeo y en el Critias, donde habla de la gran isla Atlante y de una tierra encubierta mayor que Asia y África; y a Aristóteles o Teofrasco, en el Libro de maravillas, que dice cómo ciertos mercaderes cartagineses, navegando del estrecho de Gibraltar hacia poniente y mediodía, hallaron, al cabo de muchos días, una grande isla despoblada, empero proveída y con ríos navegables; y que leyó algunos de los autores atrás por mí acotados” .
Gómara apunta algo más que demuestra que el almirante murió a sabiendas de lo que había encontrado: “puso Cristóbal Colón alrededor del escudo de armas que le concedieron esta letra: ‘Por Castilla y por León / Nuevo Mundo halló Colón’”.
Así que no hubo ignorancia antes y después de los famosos viajes. Colón sabía lo que encontró. Lo que tal vez no sabía es que los europeos que ocuparían esas tierras reducirían a sus habitantes a condiciones muy parecidas a la esclavitud. En algunos casos, como en América del Norte, esa ocupación aparejaría la aniquilación de naciones enteras.
Colón no imaginó lo que ocurriría, no planificó la ocupación de las tierras a las que llegó pero ahora se llama “colonizar” al proceso por el que un territorio y sus pobladores son sometidos a una potencia extranjera.
“Colonizar” no viene de Colón
En realidad, la palabra “colonia” existe desde mucho antes del nacimiento y los viajes del marino supuestamente genovés. Un documento que data del año 1129, incluido en un diccionario digital de la Universidad de Salamanca, revela que “’colonia’ es una palabra latina que significa ‘territorio cultivado’ y, por extensión ‘grupo de personas enviadas a cultivar un territorio’”.
Para llegar a ser tal, el latín “colonia” pasó por un largo proceso cultural. Viene de “colonus”, que quiere decir “labrador, habitante”, que, a su vez, proviene de “colere” (cultivar, habitar). “Colere” tiene origen griego pues es un derivado de “kol” cuyo significado original era “podar”. Un diccionario etimológico digital agrega que “’colere podría venir del indo-europeo kwel (dar vueltas)”.
El Diccionario de la Lengua Española dice que “colonización” es “acción y efecto de colonizar” y, a su vez, “colonizar” significa “formar o establecer colonia en un país”.
Es probable que el sentido ignominioso que se le quiere dar a “colonización” tenga que ver con la intención que tuvo la corona española de establecer colonias en el territorio encontrado por Colón. El cibersitio de la Biblioteca digital Miguel de Cervantes llama “primera expedición colonizadora” al segundo viaje de Cristóbal Colón ya que “tuvo características muy diferentes al anterior. Fue preparado febrilmente, con un importante volumen de recursos de todo tipo, y con la mirada puesta en el rival portugués. “La Monarquía Hispánica pretendía iniciar una auténtica colonización —agrega—. Por ello, los Reyes Católicos le ordenaron a Colón que favoreciese la conversión y el buen trato a los indios, y que promoviese la fundación de una colonia cuyo comercio sería monopolio compartido de ellos y del propio descubridor (siguiendo el modelo portugués de La Mina). Los monarcas concibieron la segunda ‘empresa de Indias’ como un negocio mixto, estatal-colombino, para el rescate de oro y mercancías valiosas reservadas a la Corona.
Por ello, resulta inadecuado hablar de “colonización” para referirse al sentido opresor que tuvo la dominación española en tiempos de la ocupación del continente. Para ello, la palabra más apropiada es “coloniaje”, que es el “período histórico durante el que los países americanos fueron una colonia española”.
El mayor enigma es su cadáver
Hasta marzo de este año era imposible visitar la tumba de Colón en la Catedral de Sevilla. El templo se había reabierto con restricciones debido a la covid-19 y apenas se permitía ingresar a las misas que eran celebradas, con aforo limitado, en una de las capillas laterales cuyo acceso era por la calle Alemanes. Los cuidados se justificaban si se toma en cuenta que este monumental edificio, considerado la catedral gótica más grande en funcionamiento, recibía por encima del millón de visitantes anuales y en 2017 casi duplica esa cifra.
Uno de los espacios cerrados a los turistas era la tumba de Cristóbal Colón, lugar de visita obligado en una ciudad que respira historia a cada paso. Se supone que allí, en un pedestal sobre el que está una estatua de cuatro personas cargando su ataúd, están los restos del almirante cuyo deseo, en vida, fue reposar en Sevilla.
Pero los historiadores que no pudieron visitar la tumba en marzo no se lamentaron demasiado porque, según otra versión, los restos de Colón no están ahí, sino en la Catedral de Santo Domingo. En este otro monumento, pero americano, se encontró, en 1877, una caja con restos de huesos y una inscripción en el interior en la que se lee el nombre del navegante.
En una nota para la BBC, Marcos González Díaz escribió que “desde entonces, las autoridades dominicanas mantienen que los restos nunca salieron de la isla, sino que los españoles se llevaron a Cuba los huesos de otro familiar de Colón (posiblemente de su hijo Diego o de algún nieto, uno de los cuales —para seguir contribuyendo a la incógnita— también se llamaba Cristóbal Colón)”.
Pero entre Sevilla y Santo Domingo existe una diferencia: allá se hizo estudios de ADN que determinaron, sin lugar a dudas, que los restos custodiados en la catedral gótica tienen el código genético de la familia Colón. La versión dominicana recuerda que todos los miembros de esa familia comparten ese código, así que el análisis es válido para cualquiera.
Los estudios de Sevilla fueron realizados en 2003 pero fueron interrumpidos porque la tecnología disponible, y el estado de degradación de los huesos, no permitían obtener información precisa como, por ejemplo, la diferenciación de qué restos son de Cristóbal Colón y cuáles los de su hijo Diego.
En mayo, el especialista que dirige el equipo de expertos que están a cargo de esta investigación, José Antonio Lorente, catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Granada, anunció oficialmente que los análisis fueron reiniciados.
Este 12 de octubre, conmemorando un nuevo aniversario de la llegada de Colón a América, se debía dar a conocer los resultados. No solo se anticipó la difusión de datos sobre la identidad de los restos que están en Sevilla sino que también debía proporcionarse información sobre el lugar de nacimiento del hombre que, con sus viajes, no descubrió América —a la que antes habían llegado otros europeos— pero abrió la ruta para que el continente sea ocupado.
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