El 10 de diciembre de 1830, Simón Bolívar supo que iba a morir.
Había llegado a Santa Marta el primero de ese mes en el bergantín “Manuel”, procedente de Sabanilla. Fue un desvío motivado por su salud, porque el destino del libertador era Cartagena de indias. Conoció ese mismo día al médico Alejandro Próspero Réverénd quien recomendó iniciar un tratamiento de inmediato.
La examinación al Libertador y los antecedentes de un catarro pulmonar mal curado, además de la segunda opinión del médico Mac Night, determinaron que Bolívar se quede en Santa Marta hasta recuperarse. De inicio se hospedó en la Casa de Aduanas y, cuando los nuevos exámenes y tratamiento revelaron que necesitaba mayor reposo, recién se fue a la quinta que era propiedad del español Joaquín de Mier. Repasamos estos detalles porque los relatos de aquellos días dan cuenta que, en sus primeros días en San Pedro Alejandrino, Bolívar recuperó el humor y los deseos de afrontar la complicada situación política que le habían provocado sus adversarios en la gran Colombia y Perú. Fue entre el 6 al 10 de diciembre que Réverénd encontró que la enfermedad del libertador era terminal y se lo hizo saber. Por eso es que su testamento tiene esta última fecha.
A sabiendas que sus males no tenían cura, ese mismo día mandó llamar al escribano, José Catalino Noguera, a quien le dictó su testamento en presencia de siete testigos, Mariano Montilla, José María Carreño, Belford Hinton Wilson, José de la Cruz Paredes, Joaquín de Mier, Juan GIen y el doctor Manuel Pérez de Recuero.
En su testamento, de cuatro hojas y 14 cláusulas, puso entre sus últimas voluntades la siguiente:
"Es mi voluntad: que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto, que aún en mis últimos momentos conservo a aquella República".
De esa manera, como lo había hecho a lo largo de su corta pero intensa existencia, Bolívar cumplía una promesa.
El 7 de septiembre de 1826, el primer periódico oficial del Estado, El Cóndor de Bolivia, publicaba una carta que Simón Bolívar le dirigió a Antonio José de Sucre, en fecha 4 de agosto de ese año, cuando este ya cumplía las funciones de presidente de Bolivia.
En la carta, el Libertador expresa su reconocimiento a Bolivia que "encuentra cada día un nuevo eslabón que añadir a la cadena de reconocimiento con que tiene oprimido mi corazón".
La comunicación añade una promesa: que Bolívar conservará toda su vida la medalla, acuñada en Potosí, que le obsequió el congreso de Bolivia y "a mi muerte devolveré este presente nacional al cuerpo legislativo".
LA MEDALLA
La que hoy es la medalla presidencial fue acuñada y entregada al Libertador por una decisión asumida por la Asamblea Constituyente, la que fundó Bolivia, y de inmediato se convirtió en Asamblea Nacional. La decisión consta en el artículo 8 del decreto fundacional de Bolivia, el del 11 de agosto de 1825:
“8º El Gran Mariscal de Ayacucho, como encargado inmediato del mando de los departamentos de la República, mandarà formar, y presentará à S. E. el Libertador, una medalla de oro, tachoneada de brillantes, del diámetro que juzgue mas adecuado, para que en el anverso de élla se figure el cerro de Potosì, y al Libertador colocado al término de una escala formada de fusiles, espadas, cañones y banderas, en actitud de fijar, sobre la cima de dicho cerro, la gorra de la libertad, y en el reverso, entre una guirnalda de oliva y laurel, la siguiente inscripcion: la República Bolivar agradecida al héroe cuyo nombre lleva”.
Tal como había prometido en su carta de agosto de 1826, el Libertador llevó consigo la medalla a todos los lugares a los que viajó.
El 10 de diciembre, cuando supo que iba a morir, cumplió la segunda parte de su promesa: instruyó en su testamento que la medalla sea devuelta al Congreso de Bolivia.
Abatido por la enfermedad, la ingratitud de la gente que libertó y las conspiraciones de quienes querían asumir el control de sus territorios, jamás imaginó que la medalla no sería entregada de inmediato a Bolivia, que primero pasaría por una odisea y luego sería motivo de disputa entre figuras como Andrés de Santa Cruz y José Miguel de Velasco.
La medalla adquirió un valor oficial cuando, por ley del 28 de octubre de 1839 se convertiría en “una de las insignias del Presidente de la República, quien la llevará sobre el pecho, pendiente de una cadena de oro”. Actualmente, su valor histórico se ha sumado a su enorme valor económico y es el equivalente de una corona como símbolo de mando.
Bolívar no lo imaginó. Tampoco se le cruzó por la mente, ni siquiera en sus peores fiebres, que, ya convertida en uno de los mayores símbolos de Bolivia, sería extraviada en un prostíbulo y recuperada, abandonada, en un templo.
Simón Bolívar, el Libertador, murió el 17 de diciembre de 1830 con la amargura del fracaso de su mayor sueño, la integración de los países que él había liberado, pero con la satisfacción de haber cumplido su promesa de devolver la medalla acuñada en Potosí que, desde entonces, y hasta ahora, es el mayor símbolo material de sus vínculos con Bolivia.
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