El hombre era imponente. Alto. Dos metros, cuando menos. Con su voz de trueno decía “¡tú no vas a entrar!”.
Yo replicaba: “¡por favor, tengo que cubrir la entrega de este reconocimiento, que da mi departamento a la Quiaca!”.
“No, ¡tú no entrarás…!”.
Yo le pedía que me deje entrar, mientras se hacía a un lado para que pasen los invitados a ese recinto, donde se celebraría el acto más importante de los 100 años de aniversario de la ciudad de la Quiaca (Argentina), frontera con Villazón.
Le expliqué mil veces que cumplía mi trabajo, que debía cubrir la entrega del presente del prefecto de Potosí.
Pero no entendía. Empezó a insultarme porque, seguramente, mi insistencia le molestaba.
“Negrito: te dije que no entrarás; hagas lo que hagas, ¡no entrarás…!”, sentenció.
Era 2007. El entonces prefecto de Potosí, Mario Virreira, me instruyó que cubra los 100 años de fundación de la Quiaca.
El director de Seguridad Ciudadana de la Prefectura en 2007, el mayor Eduardo Rivera, (ahora, comandante de la Policía del departamento de La Paz) y yo fuimos allá. Ya en Argentina, junto al mayor Rivera, asistimos antes a un aniversario colegial en una plaza de la Quiaca. Me di cuenta que sus costumbres eran parecidas a las de Bolivia.
Luego, fuimos al acto principal de aniversario, a llevarse a cabo en el mejor hotel de la ciudad. Así que nos dispusimos a ir. Cruzamos el umbral del hotel y vimos que había un gran movimiento de gente que ponía a punto el acto de homenaje.
La puerta principal, que conducía al salón donde sería el acto, era de vidrio. Y estaba custodiada por ese hombre bastante enorme, vestido con un terno café claro impecable.
Él hacía pasar a los invitados con mucha educación. Había personeros muy importantes del gobierno de Argentina.
De pronto, el mayor Rivera se acercó y me dijo: “Celso, el ingeniero Mario Virreira no vendrá. En su lugar viene el doctor Juan Carlos Cejas. Así que, alístate para grabar”.
“Pero el encargado no me deja entrar”, le contesté.
El mayor, con gran educación, se acercó al hombre enorme y le explicó que, como camarógrafo de la Prefectura, debía cubrir ese acto de reconocimiento.
El hombre enorme le contestó que en el momento adecuado me dejaría entrar. Así, nos alejamos de la puerta para no crear más tumulto. Hasta que llegó el doctor Cejas, en representación del prefecto. Y me puse en la fila de la gente boliviana que entraba al salón del acto. Estaba en el último lugar de la fila. Y cuando llegó mi turno, el hombre enorme, de impecable traje, me detuvo en seco y volvió a repetir: “¡tú no entrarás!”.