
Brasil no entiende de sorpresas, y con un gol de Paulinho y otro de Thiago Silva derrotó a Serbia para solventar como líder del grupo E su pase a los octavos de final, donde le aguarda México, en Samara, el lunes 2, de julio.
Puede que Neymar no haya encontrado aún la chispa que necesita para ser determinante y que Tite tenga problemas con las lesiones de sus laterales –ayer se añadió Marcelo– pero por el momento es el conjunto más sólido. El único "grande" que sabe a lo que juega, que cuenta con suficiente magia para decantar el resultado de su lado, pero también con el equilibrio que le da Casemiro en el centro del campo y la solidez defensiva que echó en falta en otras épocas.
Espoleada por la eliminación de Alemania, su "bestia negra" cuatro años antes, pero con la precaución que impone un Mundial que no sabe de jerarquías, Brasil supo salir en el Spartak Stadium del laberinto serbio para encontrar el resquicio por el que eludir el campo de minas que dispuso Mladen Krstajic.
Su idea dependía de su capacidad para evitar el juego a la espalda de sus defensas, de evitar que cualquiera de los artistas brasileños levantase la cabeza. Y eso es casi imposible si está sobre el campo Neymar, que en el 29 habilitó a Gabriel Jesús o Coutinho, conocedor de la habilidad de Paulinho para irrumpir desde la segunda línea.
La conexión barcelonista fue la solución. Coutinho intuyó la carrera de Paulinho y le puso un balón tras la defensa rival que éste solo tuvo que levantar ante la salida de Stojkovic (m.36).
Serbia reaccionó tras el descanso con una mayor ambición y, aunque ofreció a Brasil la posibilidad de un contragolpe, desaprovechado por Neymar en el 57, creó las primeras dudas en la zaga canarinha. Un apurado despeje de Joao Miranda, que no aprovechó Aleksandr Mitrovic.