A pocos días del fin año los deseos de expresar parabienes hacen decir o escribir palabras que denotan ese sentir hacia seres queridos o diversas personas con las que hay un lazo de afinidad. En ese acto de comunicar el lenguaje oral y/o escrito cobra una validez intrínseca dado que en lo espontáneo o lo reflexivo de nuestro mensaje se logra transmitir lo que pensamos hacia nuestros congéneres.
Acerca de lo manifestado, en la actualidad debido a múltiples factores entre los que se pueden nombrar tanto el factor de imitación de términos foráneos como la irrupción masiva de las redes sociales hay un evidente cambio en el léxico que, en ocasiones, es positivo pero en la mayoría de las veces resulta contraproducente dado que se incorporan modismos, giros idiomáticos, reduccionismos y otras acepciones que van inexorablemente produciendo efectos de irradiación contraproducentes en nuestro léxico y vocablo dado que las incorporamos y usamos habitualmente, contribuyendo de esa manera sin discurrir en la pérdida de nuestro lenguaje.
Ahora bien, en cuanto al número de palabras y/o términos que una persona usa varía según su realidad sociocultural tal cual lo indica la investigadora Susie Dent, quien, se refiere a esta situación al comentar que una o un ciudadano cuenta en su haber con unas 20.000 palabras activas y unas 40.000 pasivas.
Otro antecedente que revela el delicado estadio idiomático mundial es una interesante y meritoria investigación realizada recientemente por académicos de la Universidad de Nacional de Australia, trabajo que declara que de las 7.000 lenguas que están reconocidas en el mundo, cerca de la mitad se encuentran en peligro de extinción. Hecho que en palabras del catedrático y coautor de esta obra Lindell Bromham indicó que descubrimos que, sin una intervención inmediata, la pérdida de lenguas podría triplicarse en los próximos 40 años y para finales de este siglo (XXI) 1.500 lenguas podrían dejar de hablarse. Aunque a pesar de este sombrío vaticinio el mismo investigador posibilita una alternativa de rescate que se basa en que muchos de estos lenguajes tienen hablantes que las hablan fluidamente, por lo que todavía existe aún la oportunidad de invertir en el apoyo a las comunidades para revitalizar las lenguas indígenas y mantenerlas fuertes para las generaciones futuras" y con ello perseverar en este trascendente patrimonio cultural intangible.
Ahora bien y considerando la misma fuente de información las conclusiones del por qué el riesgo de los factores (51 tenidos en cuenta en este trabajo científico) y que son de menoscabo lingüístico están centrados y vaya paradoja al mayor número de años de escolarización, realidad que aumenta el nivel de peligro de que desaparezcan muchos vocablos locales; a la vez, otra variable que se estima que deteriora la potencial extinción idiomática son las a presencia de vías de comunicación como las carreteras, las que si bien son una necesidad para la movilidad y conectividad socioterritorial influencian entre otros aspectos el contacto con otras lenguas locales no es el problema; de hecho, las lenguas en contacto con muchas otras lenguas indígenas tienden a estar menos amenazadas. Pero hemos descubierto que cuantas más carreteras hay, que conectan el campo con la ciudad y los pueblos con las ciudades, mayor es el riesgo de que las lenguas estén en peligro. Es como si las carreteras ayudaran a las lenguas dominantes a 'pasar por encima' de otras lenguas más pequeñas".
En síntesis frente a esta situación es preciso e irrenunciable que los planes de estudios del idioma promuevan en sus contenidos una orientación que apoye tanto la educación bilingüe y asimismo el fomento del dominio de las lenguas originarias como el uso de las lenguas dominantes en la región, situación que a nivel de la Villa Imperial esta siendo abordada por un silente y meritorio trabajo de los profesores del sistema educacional local y del cual se tuvo conocimiento del accionar de una maestra normalista la que destacamos en columna anterior y que en ese y otros casos en lo argumental pone de manifiesto que Potosí no solo es una ciudad hito en lo matérico, sino un reservorio patrimonial que hace patente el fomento y respeto por su heredad parlante y escrita transformando a la noble urbe en un núcleo sinérgico de cultura de primer nivel.