Jair Bolsonaro denunciaba al llegar al poder el alineamiento "ideológico" de la diplomacia brasileña y buscó acercarse a países que encarnaban la ola ultraconservadora que se expandía por el mundo. Dos años después, la ola se revirtió en muchos países y la derrota de Donald Trump en Estados Unidos amenaza con dejar a Brasil aislado en la escena internacional.
Bolsonaro, entre tanto, no ha dado señales de cambiar el rumbo.
El llamado “Trump tropical” fue el último mandatario del G20 en reconocer la victoria del demócrata Joe Biden y respaldó la tesis de que hubo “fraude” en las elecciones norteamericanas, negándose a condenar el ataque contra el Capitolio del 6 de enero, azuzado por el presidente republicano.
Uno de sus hijos, el diputado Eduardo Bolsonaro, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa de la Cámara, puso el lunes en su perfil de Twitter una foto de Trump. Y el canciller, Ernesto Araújo, afirmó que “la izquierda intenta arruinar a Estados Unidos”.
Esos desplantes apenas sorprendieron.
La política exterior de Bolsonaro reproduce el provocativo discurso antisistema, impregnado de neoliberalismo económico y conservadurismo moral, que maneja en temas como la deforestación, el porte de armas o los derechos reproductivos.
El resultado es que Brasil está o estará en breve más o menos distanciado de sus principales socios comerciales: China, Estados Unidos, la Unión Europea y Argentina.
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