
Él nunca lo ha reconocido abiertamente, pero poner el 10 en su casillero de títulos en Montecarlo, Barcelona y París era uno de los objetivos golosos de la temporada. Un reto con mayúsculas teniendo en cuenta de dónde venía Rafael Nadal.
Y es que 2015 y 2016 fueron dos años duros para el español, lastrado por sus problemas físicos, descendido del puesto tres al diez del ranking mundial y sin haberse concedido ni una sola oportunidad de aumentar su cuenta de 14 Grand Slam.
Aun así, en esos dos años inciertos, de más sombras que luces, donde Nadal reconoció que llegó a sentir ansiedad, ganó cinco de sus 71 títulos ATP, lo que indica el nivel de exigencia al que nos tiene acostumbrados el balear.
Pero la enésima resurrección de Rafa ha llegado en este 2017, después de superar una lesión de muñeca que le obligó el año pasado a retirarse de Roland Garros, a jugar mermado los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro -pese a lograr la medalla de oro en dobles con su amigo Marc López- y a aligerar considerablemente su calendario la segunda mitad del curso pasado.