
Desde su nombre, que quiere decir “cuerpo de Cristo”, la solemnidad del Corpus Christi tiene el propósito de ratificar el dogma católico de que Jesús, el salvador del mundo, está presente en la eucaristía, que es uno de los siete sacramentos de la Iglesia Católica.
La eucaristía es el acto en el que se consagraba a la hostia y el vino como cuerpo y sangre de Dios, respectivamente. Según el Evangelio de Juan (6:51,59), la eucaristía fue instaurada por el propio Jesucristo, en la última cena, y, sobre esa base, ese es otro de los dogmas de la Iglesia.
Como resultado de su reflexión teológica, la Iglesia Católica considera que, en el momento de consagrar el vino y el pan, representado por la hostia, la sustancia de estos se convierte en la sangre y cuerpo de Cristo, aunque su apariencia sigue siendo la misma. A esto se conoce como “transustanciación”. Por tanto, una vez consagrados, estos elementos o especies son considerados realmente como si fueran el cuerpo y sangre del Señor.
CRISIS E INCREDULIDAD
Durante la Temprana Edad Media (476-1000 d.C.), la Iglesia Católica aumentó su poder a tal punto que el Papa se convirtió en una de las personas de mayor poder en Europa; sin embargo, fue eso mismo lo que provocó que surgieran detractores y hasta corrientes en su contra.
Blanca Nicole Espín refiere que en ese tiempo apareció el racionalismo, que cuestionó la teoría de la transustanciación. En esa línea aparecieron personas como el monje Berengario de Tours, quien llegó a afirmar que la sustancia del pan y el vino no cambian en ningún momento. Aunque después se retractó, sus cuestionamientos calaron hondo y fueron recogidos por las primeras universidades, cuando estas aparecieron sin dependencia de la Iglesia, y cobraron fuerza al llegar el Renacimiento.
Tanta debió ser la preocupación de la Iglesia por la incredulidad creciente que el papa Inocencio III convocó al Concilio de Letrán (1215) en el que se proclamó a la eucaristía como dogma de fe.
Entre los defensores del sacramento estuvieron figuras tan importantes como San Francisco de Asías y Santo Domingo de Guzmán, pero, aunque menos conocida, la principal activista fue una monja agustina, Juliana de Cornillón.
LAS PRUEBAS
Juliana había tenido visiones que le motivaron a defender la eucaristía e inició una campaña para promover una fiesta que recordara su importancia y ratificara que el pan consagrado es el cuerpo de Cristo. Así consiguió una primera celebración en Lieja, en 1246.
Pero la institución de la solemnidad no llegaría sino hasta 1264, durante el papado de Urbano IV, pero para eso tuvo que ocurrir un hecho que la Iglesia Católica acepta como milagro:
“A mediados del siglo XIII, el P. Pedro de Praga dudaba de la presencia de Cristo en la Eucaristía y realizó una peregrinación a Roma para rogar sobre la tumba de San Pedro una gracia que le devolviera la fe.
“Tras regresar de la peregrinación, se dirigió a Bolsena para celebrar la Santa Misa en la cripta de Santa Cristina. Fue en aquel momento cuando la Sagrada Hostia sangró y manchó el corporal con la preciosísima sangre.
“La noticia llegó rápidamente al Papa Urbano IV, que se encontraba muy cerca en Orvieto, y pidió que le trajeran el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión y se dice que el Pontífice, al ver el milagro, se arrodilló frente al corporal y luego se lo mostró a la población”.
(ACI)
Este hecho, y un pedido expreso del obispo de Lieja, determinó que el 11 de agosto de 1264 el referido Papa promulgue la bula “TRANSITURUS DE HOC MUNDO” que instituyó lo que sigue:
“Que cada año, pues, sea celebrada una fiesta especial y solemne de tan gran sacramento, además de la conmemoración cotidiana que de él hace la Iglesia, y establecemos un día fijo para ello, el primer jueves después de la octava de Pentecostés. También establecemos que en el mismo día se reúnan a este fin en las iglesias devotas muchedumbres de fieles, con generosidad de afecto, y todo el clero, y el pueblo, gozosos entonen cantos de alabanza, que los labios y los corazones se llenen de santa alegría; cante la fe, tremole la esperanza, exulte la caridad; palpite la devoción, exulte la pureza; que los corazones sean sinceros; que todos se unan con ánimo diligente y pronta voluntad, ocupándose en preparar y celebrar esta fiesta”.
Tras la emisión de este documento pontificio, la fiesta comenzó a extenderse en el mundo católico y Urbano todavía llegó a conocer un segundo milagro, el de los corporales de Daroca, pero ya no alcanzó a difundirlo con la misma fuerza que el de Bolsena, porque falleció el 2 de octubre del mismo año en el que promulgó su bula.
La Fiesta del Corpus Christi se universalizó oficialmente en 1311, tras otro concilio, el ecuménico que se celebró en Viena entre octubre de 1311 y mayo de 1312, que aprobó un decreto en el que también se dictaba las normas para su celebración.
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