
Diego Armando Maradona, niño de un barrio pobre de Buenos Aires convertido en uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, falleció este miércoles a los 60 años de un paro cardíaco.
Este hombre contradictorio y arbitrario, desafiante e ingenioso, machista, amigo leal y enemigo temible, se hundió y renació mil veces para trascender el universo de la pelota.
Nacido el 30 de octubre de 1960, vivió su infancia en Villa Fiorito, un barrio muy pobre de la periferia de la capital argentina donde comenzó a destacarse por sus maravillas con la pelota.
Casi dos décadas después, se consagró como estrella universal del fútbol, cuando con la cinta de capitán de la selección argentina alzó la copa del Mundial de México-1986. Fue allí donde anotó sus goles más famosos: el polémico de la ‘mano de Dios’ y el mejor de la historia de los mundiales, ambos frente a Inglaterra en cuartos de final (2-1).
En Argentina, Maradona despertó devoción y pasiones al punto de crearse la Iglesia Maradoniana, que lo considera su dios.
“Quisiera ver al Diego para siempre, gambeteando (haciendo regates) toda la eternidad”, entonaba la banda roquera Ratones Paranoicos, en una de las decenas de canciones que inspiró el Diez.
Con la casaca albiceleste lloró de bronca al recibir la medalla de subcampeón en el Mundial de Italia-1990. Jugó otras dos copas del mundo: España-1982 y Estados Unidos-1994, cuando pronunció su frase “me cortaron las piernas”, luego de darle positivo un control de dopaje, por efedrina, en pleno renacer futbolístico. Le costó una suspensión de 15 meses, la segunda de su vida.
Más tarde, como entrenador, quiso transmitir su mística a la Albiceleste. Condujo a la selección entre 2008 y 2010 hasta el Mundial de Sudáfrica, con Lionel Messi en la cancha, pero su suerte se selló con una dura derrota 4-0 que le propinó Alemania en cuartos de final.
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