Aunque el calendario festivo incluye actualmente a la Bajada del tata Qajcha, o Carnaval Minero, y el Jueves de Compadres, las fiestas carnavaleras comienzan en Potosí el Jueves de Comadres, cuando se devuelve a estas las atenciones recibidas la semana anterior, y prosigue con las ch’allas, que ya son ejecutadas desde el día siguiente.
Como en la mayoría de los países del hemisferio sur, los carnavales están vinculados al ciclo agrícola y las fiestas por la cosecha. Estas últimas son un legado directo de las culturas andinas, como se puede ver y leer en la crónica de Guamán Poma de Ayala que se ocupa del calendario en los capítulos 11 y 37.
En su “Nueva coronica y buen gobierno”, Guamán llama pawqar waray killa a febrero y, así como lo vincula con la cosecha, en la que él destaca la del maíz, también incluye elementos festivos y las ofrendas a las wakas, que el cronista detalla que deben ser de oro y plata.
Las wakas eran lugares sagrados, generalmente montañas, pero no había ninguna más vasta, e importante, que la Madre Tierra, o Pachamama, ya que esta es la que provee sus dones a los hombres, traducidos en los minerales, flora y fauna. Entonces, cuando llegaba el tiempo de cosecha, los pueblos andinos retribuían los dones devolviéndoselos mediante la qwa, o k’oa, y la ch’alla.
La ch’alla es la devolución del don del agua, que la Pachamama prodiga en forma de lluvia. Se usa líquido para echarlo a la tierra y, en los últimos años, este pasó de agua a otros como el alcohol, singani y la cerveza. En el pasado eran comunes los sacrificios de animales, especialmente llamas, así que en la ch’alla también se usa el vino tinto, que recuerda la sangre.
La qwq es la ofrenda mayor, porque está integrada de varios elementos simbólicos, como grasa, plantas y pedazos de minerales a los que se agrega alegorías, denominadas “misterios”, para armar un conjunto que es conocido como “mesa”. Esta se coloca en las brasas del carbón para que se consuma y, de esa manera, se integre a la Pachamama.
Con el tiempo, y el crecimiento del carnaval, se ha dividido los días para la ch’alla, así como ha crecido la construcción simbólica de sus elementos. El viernes se ch’alla las oficinas, el lunes de carnaval se hace lo mismo con los negocios o comercios y se dedica el martes a ch’allar las casas y bienes importantes, como los automóviles.
Como en todas las manifestaciones culturales, la comida es un elemento festivo y, en los últimos años, se ha incluido el elemento de las parrilladas, que se cocinan en las brasas del carbón que, después, también son utilizadas para consumir ofrendas.
El arreglo de las casas con flores es otra manera de retribuir a la Pachamama, porque se considera a estas entre sus dones más hermoso, y se las ofrenda desperdigando sus pétalos. No obstante, en la construcción histórica, y con las variantes introducidas, por ejemplo, con los ritos de los mineros, los adornos han adquirido otra connotación.
El investigador Oswaldo Nina, por ejemplo, refiere la tradición oral en la que se dice que las casas son adornadas para llamar al diablo, que está sueltos en estas fechas, ya que, al ingresar a una vivienda, este dejará prosperidad. “Le ofreces tu ofrenda, con alcohol y aguardiente; lo endulzas con confite y le invitas a que se vaya dejando prosperidad”, dice. Empero, se recomienda que entre los arreglos esté un membrillo ya que esta fruta evita que el maligno se quede en la vivienda.
El dulce es un elemento que atrae, y parece ser el probable origen del confite, que es un elemento potosino de estas fiestas.
La referencia al diablo es el recuerdo ancestral de los cultos a las divinidades de las profundidades, a los dadores de minerales. En las minas, las ofrendas tienen sus propias peculiaridades y se mantienen costumbres como el sacrificio de las llamas, que es denominado “wilancha”. La sangre del animal sacrificado se echa alrededor de la bocamina, en una ofrenda más dirigida a las deidades del subsuelo que ahora son conocidas como “Tío” y frecuentemente se asocia al diablo.
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