
Su anécdota más famosa dice que, cuando estaba en tercero de primaria, y su maestro leyó sus primeros escritos, le dio un ataque de epilepsia. Juan Gastón Suárez Paredes se asustó tanto que dejó la escuela.
Dejó la enseñanza formal y comenzó a formarse a sí mismo. La lectura de los clásicos le motivó a trabajar en el propósito de ser un escritor y lo logró. Viajó por el país en un camión que compró luego de dejar su empleo en el Banco Minero de Bolivia y, mientras lo hacía, comenzó a escribir el drama “Vértigo”, insuperable hasta nuestros días.
Pero no solo fue dramaturgo sino que también cultivó el cuento y la novela. Escribió para público de todas las edades. Sin ser vasta, su obra es lo suficientemente importante como para tomarla toda en cuenta.
Conocido simplemente como Gastón Suárez, fue uno de los primeros autores bolivianos en internacionalizarse cuando su cuento “Iluminado” se tradujo a varios idiomas.
En el aniversario de su nacimiento, reproducimos el prólogo que Porfirio Diaz Machicao escribió para la primera edición del libro “Vigilia para el último viaje”:
Ha llegado un hombre nuevo a la vera de mis preocupaciones literarias. Sinceramente, no le esperaba. Pero llegó. En el relámpago inusitado de la simpatía vi que era de buena raza y que en su lio de peregrino traía buena prosa. Le estreché las manos, le ofrecí acomodo para el descanso y presté oídos a sus relatos.
¡Extraño individuo, en verdad! Pero no por las trazas y el itinerario de su viaje, sino por el acopio de sus cuentos. Solamente el que ha recorrido camino con los pies sangrantes sobre los guijarros, puede sentir la dulzura de dar el mensaje.
—Bien venido, hermano.
Escuché sus historias. Las mismas que van en este tomo, como un florilegio. Inmediatamente advertí que sus historias no acaban en sus propios labios, sino que se adentran en mi ser y concluyen ahí, en las zonas azuladas de la comprensión.
—Hermano —le dije— para que tus cuentos sean buenos deberán, de todas maneras, causar agrado. Y los tuyos caen como semilla en mis surcos porque sigo con ellos en una trama inmediata que ya no te pertenece sino que, al dejarla en el atalaya de la sugerencia, se hace mía en una continuidad de reflexiones.
—Ese es, hermano, el buen éxito de nuestra obra. Herir en la sensibilidad ajena y hacerla vibrar, de tal modo que el choque de tu alma en el cristal ajeno tenga la magia de la golondrina que pasó por una ventana.
Evidentemente, en los relatos de Gastón Suárez —hombre serio en una literatura seria— hay acumulación de vuelos, hay sedimento de arribo, hay voz de novedad.
Es pues el cuento, su cuento, que solicita atención para hacer una entrega de belleza.
Pienso. El cuento no admite definición. ¿Un trozo de novela? ¿Un fragmento de drama? Los cuentos se construyen sin pensar en definiciones retóricas. Porque el cuento se rebasa a todas ellas. Para hacer o referir un cuento hay que poseer el secreto de las adivinaciones múltiples, de las aprehensiones extraordinarias, de las interpretaciones inauditas.
La Sherezada de mi adormecimiento mental no es la clásica esclava de las repeticiones, sino una musa honda y grave de captar y referir. El cuento es matiz de la tragedia o simple palabra de la confesión. Es pequeño como un indicio, independiente como una pluma caída de faisán o ruiseñor. El cuento no fatiga ni se corta. Es veloz —lo repito— como las golondrinas que son las únicas aves mensajeras que traen cuentos de climas lejanos e impenetrables.
El cuento no está próximo a la prosa sino a la más alta y depurada poesía. Quien lo logra puede creerse feliz como el que encontró oro del Guanay a la imagen de Dios en una lágrima de mujer.
Ya dije, el cuento es indefinible...
Pero aquí ha llegado un peregrino. Yo le recibo alborozado y le digo con calma y esperanza:
—Bien venido, hermano escritor. Tú no has llegado al goce del mundo sino a su pasión y su penar. Tú verás a los hombres y levantarás del escombro de sus almas la verdad de su tortura, de su infinita e impenetrable tortura. referirás como un cuento... Luego, todo lo Mientras tanto pediré que se agiten las campanas de mi predio para que todos vengan a escucharle.
Gastón Suárez —en buena hora—, comienza tus relatos.
Te oímos.
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Señor Lector, este es solo un reporte. La información completa está en la edición impresa de El Potosí.