Dos momentos determinantes, un penalti parado por el esloveno Jan Oblak y una contra culminada por el francés Antoine Griezmann, lanzaron a un irreductible Atlético de Madrid a la final de la Liga de Campeones, con su reacción en el segundo tiempo, con sufrimiento y con una derrota válida (2-1).
Otra gesta del conjunto rojiblanco, que demostró de nuevo mérito y cualidades indiscutibles: compite como nadie; corre más que nadie; no se rinde nunca; es un equipo insistente y potente, muy trabajado, pero también tiene jugadores de un talento individual indudable, como el que demostró su guardameta, Jan Oblak, o sus delanteros Griezmann y Torres en el contragolpe que supuso el 1-1.
Y una fe, un bloque y un entrenador extraordinarios. Ahí están sus títulos y su trayectoria, agrandada aún más con su billete para su segunda final de la Copa de Europa en dos años, la tercera de su historia, tras eliminar a Barcelona y Bayern, dos de los equipos más poderosos y con más calidad; ambos doblegados por el Atlético.