
Una capucha le cubre el pelo; una mascarilla el rostro. María solo desvela sus oscuros ojos durante una protesta por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, la chispa que encendió la furia de una juventud española desolada por su situación.
“La chispa ha sido lo de Pablo Hasél, pero hay mucho más. Estamos hartos de injusticias, de precariedad, de represión y esto nos ha hecho estallar”, explica en Barcelona a un periodista de la AFP esta estudiante de historia de 20 años, que prefiere dar un nombre ficticio.
Desde el martes, día de la detención de este rapero, las calles de la segunda ciudad española se convirtieron en escenario de fuertes enfrentamientos entre manifestantes y agentes de la policía, con barricadas, contenedores en llamas y múltiples destrozos.
También otras ciudades catalanas sufrieron violencia, como por ejemplo Vic, donde el martes los manifestantes incluso asaltaron una comisaría policial, causando lesiones a once agentes.
En la noche del sábado, las violentas protestas en Barcelona, donde hubo saqueos en tiendas y motos incendiadas, y otras ciudades catalanas, se saldaron con 38 detenidos y 13 heridos leves.
“Da más miedo quedarse en casa”
Enrabiados y sin miedo, muchos jóvenes se han enzarzado en las últimas noches en combates directos contra los agentes, saltando sobre sus coches o incluso persiguiéndolos. Estos respondieron con cargas esporádicas o con proyectiles de foam, que hirieron a una joven que perdió un ojo.
“Realmente da miedo venir y que te detengan, te peguen o te quiten un ojo. Pero da más miedo quedarse en casa y no luchar por nuestros derechos”, afirma esta joven.
No es la primera vez que ella participa en protestas convulsas. Lo hizo en octubre de 2019, cuando Barcelona vivió cinco días de altercados similares tras la condena a prisión de nueve dirigentes separatistas catalanes por el intento de secesión de 2017.
En esta ocasión, la movilización se trasladó a otras partes de España, con fuertes disturbios registrados también en Madrid, Valencia o Granada, en su mayoría con personas muy jóvenes como protagonistas.
También atrajo a otros colectivos menos politizados, que aprovecharon la situación los últimos dos días para saquear tiendas de lujo, hoteles o concesionarios de coches.
“Hay muchas cosas detrás, mucho cansancio. Vemos que la sociedad colapsa a muchos niveles, ecológico, económico, social y nuestra generación será la que pagará la factura”, afirma Alba, otra estudiante de 20 años que participó en las protestas en Barcelona.
Su físico endeble y su voz suave contrastan con el espíritu combativo de esta joven, que atesora años de experiencia como activista climática. “Luchamos porque nos negamos a ser una generación perdida”, esgrime ella.
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