
A sus 14 años, cuando la vida de muchas adolescentes comienza a desplegarse con sueños y expectativas, ella fue golpeada por una tragedia inesperada. Un hombre de 34 años la abusó sexualmente, y con ello, su inocencia quedó atrás, de forma abrupta y cruel.
Hoy, con 16 años, la joven lleva sobre sus hombros el peso de una experiencia desgarradora: un niño de dos años, concebido en la oscuridad del incesto, que ahora depende de ella. A los 14 años perdió su niñez y, en su lugar, se vio convertida en madre, sin el tiempo ni el espacio para comprender lo que sucedía.
El dolor de esa adolescencia truncada pasó desapercibido, quizás incluso ignorado, durante dos largos años. La joven vivió, aparentemente, en silencio. Según las denuncias, su propia familia, en lugar de brindarle el apoyo que necesitaba, la obligó a convivir con su agresor, un acto que se hace aún más cruel cuando se piensa en la vulnerabilidad de la adolescente.
Pero el abuso no terminó ahí. El horror continuó cuando, después de haber sido agredida físicamente, la adolescente fue echada de la casa. Con el corazón roto, sin un refugio y con su pequeño hijo en brazos, se vio obligada a buscar ayuda.