
La escena era tan improbable para las casas de apuesta como un avistamiento del monstruo del Lago Ness o que Elvis Presley apareciera vivo: que Leicester City, un pequeño club del centro de Inglaterra con 132 años de historia y las vitrinas vacías, levantase el trofeo de la liga de fútbol más rica y poderosa del planeta.
Pero no se trataba de un espejismo. En un día lluvioso y de júbilo descontrolado, Wes Morgan se plantó en el centro de la cancha del King Power Stadium -después de vencer al Everton por 3-1-, al lado de un entrenador sexagenario que no había ganado un solo título importante en tres décadas en el banquillo y rodeado por una colección de descartados y desconocidos, y alzó el trofeo de campeón de la liga Premier inglesa.
Bañados por confeti azul y amarillo y los vítores incesantes de 32.000 gargantas en las gradas, los jugadores de Leicester fueron coronados oficialmente como campeones, cinco días después que aseguraron el título gracias al empate 2-2 de su escolta Tottenham ante Chelsea.